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La vida te da nuevas oportunidades, depende de ti aprovecharlas y depende de tus creencias cambiar. Si hace siete años me hubieran dicho que dejaría de ser el capo de capos y ahora velaría por una hermosa esposa y cuatro preciosos hijos le hubiera pegado un tiro en la cabeza a quién osó en decir tal blasfemia. No soy ni la sombra de ese demonio que solía ser, tampoco soy ese hombre hermético y amargado. Ahora soy una persona diferente, me siento bendecido. Y agradezco el haberme cruzado con esa hermosa mujer de ojos color miel que se apareció y me demostró la verdadera belleza de la existencia, me hizo ver que tenía todo lo material en las cantidades que deseara y al mismo tiempo carecía de la espiritualidad para disfrutar de la maravilla de tener vida. Antes de ella no tenía nada. Creí que me labraba mi destino, pero el Sr. Dios me tenía otro camino y no me arrepiento, cada día trato de emendar el daño que por años causé, espero sentar un precedente. Definitivamente la mejor versión de Roland Sandoval es que viva estando muerto. Pero a veces tu pasado te alcanza, dejar cuentas pendientes y envidias, tarde o temprano te pasan la factura…
 
Tenía demasiada ira, caminaba en dirección al grupo de hombres que me esperaba, mis amigos caminaban conmigo, ellos tienen centenares, nosotros solo somos siete. Simón y Miguel a mi lado, Arnold, Gustavo, Daniel y Aníbal a nuestra espalda.
—Vaya, vaya, vaya… Hasta que el muerto nos visita —necesito controlarme.
—Y debiste déjame muerto —dije, poco a poco esa capacidad mía para infundir miedo se hacía presente—. ¿No te enseñaron a dejar a los muertos quietos?
—Ya no eres el capo, no tienes al cartel de Colombia apoyándote —sonreí con malicia, lo miré fijamente, poco a poco dejé de sonreír para cambiar mi expresión cual sicario desquiciado y ese dejo de miedo en la mirada de ese extranjero me llenó de fuerza. No debió meterse con mi familia, no debió tocar a mis hijos, no debió profanar mi santuario.
—Yo no necesito un cartel —extendí mis manos—. Nosotros somos el cartel —se escuchó su sonrisa nerviosa y la de sus compañeros.
—No te tenemos miedo —perdón Sr. Dios, juré no matar nunca más, pero lo que este hijo de putas hizo con mi colado y a mi princesa… lamento no ir al cielo, muy seguro me bajo a este pelotón de mierda por completo.
—Pues… Deberían.

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