Yo, el general Taylour, el conde más codiciado y atractivo de Gran Bretaña, por un error… ¡Diantres! De todas las mujeres de la nobleza, a mí me obligan a desposar a la más fea… fea no, es Horrenda.
 
No es justo que me obliguen a casarme con él, así lo ame, yo me amo más. No es justo que por su error yo deba pagar también las consecuencias. ¿En qué parte mi padre dejó de ser sensato? Como me entrega a un hombre que solo hace insultarme porque no soy bonita. Pero esa mirada de desprecio de esta mañana se la voy a borrar recordé lo que me dijo:
 
—Ya no hay nada que hacer Horrenda, me amargaste la vida.
—Cancela esto, es un error Declan. ¡Fue tu error!
—¡Jamás mi nombre quedará manchado por haber evadido mi responsabilidad!
—Nos vamos a condenar en la amargura, por favor recapacita. Yo hablo con Dustin y me caso con él, al menos con el seria feliz.
—Me importa que nos condenemos a la amargura, pero mi nombre jamás será manchado y ni se te ocurra llorar, detesto las mujeres lloronas. Además, deberías de estar feliz. Mira el partido que conseguiste, en cambio a mí —me señaló y esa mirada de desprecio me hizo temblar el labio. Cerré mis ojos, respiré profundo.
—No sé lo que tendré que hacer, pero créame, lograré que esto se anule. Yo prefiero vivir sola eternamente que compartir cama con usted —la carcajada cínica me oprimió el corazón. ¿Por qué me aborrece tanto?
—Sueña con que voy a tocarte, ni borracho lo hice, menos lo haré con todos mis sentidos puestos.